De mi viaje

jueves, 26 de julio de 2007


Después de una semana ya he asimilado... y ahora a seguir contando, que el mundo le entra a uno por los ojos pero no se disfruta de un viaje hasta que a uno le sale por la boca. Ahí tenéis las 12:00 de la noche a orillas de un lago en Jyväskylä. Después de cenar estupendamente un montón de cositas exóticas que nos había preparado la organización, me fui a buscar aire y algo de soledad, sabiendo que no había ganado ese premio... la verdad es que no me importó en absoluto, sólo el verme en una foto estupenda (que no sabía que me habían tomado) en la pantalla gigante del auditorio fue suficiente, me tiene saciado el ego para meses. Tras sonreir y aplaudir, abandoné los corros de elogios que se forman entre los que no ganan mientras los premiados aguantan los flashes y, cruzando por lo que parece un aula de anatomía que olía a un desinfectante desconocido, encontré una salida que daba al lago. Cojo una cerveza de la terraza que han puesto y me doy un paseo alejándome hasta que me encuentro solo, es como ir de día pero el silencio es total, ni pájaros, ni voces... nada. Me siento cómodo, me aflojo el cuello de la camisa, dejo la chaqueta sobre el césped de la orilla y me tumbo a ver este cielo que tiene una luz irreal. Me duermo. Al despertar no sé qué hora es, quedé el móvil en la habitación. No veo autobuses, me doy un paseo de media hora hasta el centro de la ciudad y alguien me llama desde una puerta, Benet, la francesita, que me ha visto, andan en un karaoke que tiene mesa de blackjack en el que pierdo algunos euros (no sé jugar) hasta que me piden una canción y no me queda más remedio que cantar "La bamba", mientras una horda de vikingas altas, rubias, me hacen los coros y bailan al compás. Increíble. Me presento, me invitan una cerveza (y ya van varias), con lo que paso un montón de tiempo hablando y traduciendo poemas de Neruda al inglés para ellas, uno tras otro, con mi lengua a esas alturas torpe pero aún inteligible, a algunos incluso les cojo rima, es la pera... al final de cada uno, un aplauso del corro de nórdicas para el español toreador. Algún beso también. Mathew y Benet, que duermen en mi mismo hotel, me rescatan de los brazos de las valquirias (a mi pesar). Al llegar veo que no hay llamadas perdidas, son las 4:00 y me quedo ko aún con el sol en lo alto.

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